martes, 17 de mayo de 2016

VIII Vuelta a la Casa de Campo


Madrid, 8 de mayo de 2016 – 9:30 horas

Sinceramente, creo que ya me iba tocando tener una carrera así. Tras cinco años corriendo, quitando alguna gotita durante unos metros, o el último kilómetro lloviendo discretamente, nunca había competido desde el principio hasta la meta diluviando.

Todas las previsiones anunciaban que a una semana lluviosa la iba a rematar un domingo de bastantes precipitaciones. Y en esta ocasión, no fallaron los pronósticos. Desde el sábado no paró. El domingo amanece igual. El cielo está muy gris y oscuro y llueve copiosamente. Cuando suena el despertador solo hay dos opciones, ser cobarde y abandonar antes de comenzar, ser verdaderamente corredora y acudir a la cita con la tapia de la Casa de Campo, eso sí, rogando por el camino que el agua nos abandone durante unas horas y solo tengamos que luchar con el barrizal que debe haber por allí.


Un día como el de hoy desluce cualquier prueba. Los corredores aguardan hasta el último momento dentro de la estación del metro de Lago. La zona del aparcamiento se encuentra prácticamente desierta, las carpas de la organización están situadas sobre barro. El personal del ropero lucha por colocar las bolsas de plástico, con las mochilas dentro, en el lugar menos embarrado. Alrededor solo vemos charcos, y según pasen las horas la zona va a empeorar aún más.

He quedado con Alicia Mahillo y Héctor Hernández, es una lástima que no tengamos ni una foto del momento. También coincidimos con Megane Cerezo y Pablo Gallardo.

Todo es atípico esta mañana. ¡Qué complicado es ponerse un dorsal sujetando el mango del paraguas, con la mochila colgada! Voy a estrenar el chubasquero, siempre confié en que no viese la luz, una prenda bastante odiosa, que me ayudará a no mojarme demasiado durante la espera y que dudo que conserve durante toda la carrera. Por su parte, Alicia Mahillo no está muy dispuesta a separarse de su paraguas, no ha traído ni chubasquero ni nada para cubrirse antes de comenzar. Héctor Hernández, en cambio, viene más preparado, lleva un poncho azul del maratón de Barcelona.

Ya con los dorsales, nos situamos cerca de la zona de salida, donde reina toda una amplia gama de modelos, gente en pantalón corto y tirantes, otros con bolsas de plástico sobre el cuerpo, con chubasqueros… Justo nos anuncian que debemos colocarnos cuando llegan Christian Camacho, Víctor Nieto y Rocío Martínez. José Ignacio Fernández, de Corricolari, anda de aquí para allá, pendiente de que todos los corredores nos situemos del otro lado del arco. Se disputan dos pruebas, de 16,5, la vuelta a la Casa de Campo, y de 5kms, la carrera de la familia, tomaremos la salida todos al mismo tiempo.

Me coloco bastante delante, aunque mi idea no es la de ir fuerte, por el perfil y porque está muy cerca el maratón de Madrid. Lo que llamamos “hacer una tapia” es duro, por sus subidas y bajadas, y un terreno desigual, de tierra, piedras… y este domingo barro, mucho. Nunca había corrido por aquí con estas condiciones, además, está claro que la recorreremos con bastante lluvia. Nada más iniciar el recorrido, por el Paseo de María Teresa, hallamos el primer gran charco, ocupa casi todo el carril bici, la mayoría tratamos de sortearlo y un corredor nos grita “si os vais a mojar los pies, mejor empezar cuando antes”. A mí eso no me convence, soy asfaltera y mientras pueda conservar mi parte inferior seca, lucharé por ello.


El asfalto permite ir calentando las piernas, durante este tramo nos iremos abriendo y ya no correremos tan apiñados, en breve entraremos en constantes subidas y bajadas y mejor correr separados. El Km1 es el más cómodo, cuando tomemos contacto con la tierra, sobre el Km2,5, ya no la dejaremos hasta los dos últimos kilómetros. Los ascensos no son muy pronunciados hasta el Km4 que a partir de aquí se sucederán hasta el final. El barro resbaladizo y los incesantes charcos que ocupan todo el carril más transitable no permiten mantener un ritmo muy constante. En el Km4,5 pasamos a la tapia propiamente dicha. A la derecha tendremos la pared, en la parte central el camino, y a la derecha la vegetación, fundamentalmente hierba encharcada.

No quiero decirlo muy alto, me va gustando la sensación de correr con el agua mojándome la cara, no por igual la del pelo cada vez más pegado. Justo pensando esto aumenta el aire de frente y la lluvia golpea con más fuerza, precisamente en una bajada pronunciada, aunque corta, la que está frente a los raíles del tren, sobre el Km5,5. Tras un tramo sobre piedras, sin tanto barro, en el que se corre mejor, llegamos a la primera subida en el Km6,5. Voy tan pendiente del terreno que ni reparo en las caras de quienes llevo cerca, aunque a muchos ni se les ve el rostro por las gorras ajustadas.


A partir del Km7 nos reciben las buenas cuestas, afortunadamente, corremos por terreno con más piedras y resbala menos. Este recorrido habitualmente es bastante solitario, con el domingo que hace, mucho más, sin embargo hay corredores, muy pocos, que al cruzarse con nosotros nos llaman “valientes” ¿y ellos que son? Nosotros estamos aquí en parte obligados o motivados por tener un dorsal para este día y hora.

¡Y nos encontramos con la gran cuesta! Le ponemos ganas y arriba… Algunos ni lo piensan, nada más verla, directamente comienzan a caminar. No es demasiado larga aunque su inclinación la hace dura y para rematarla, cuenta con una gran bajada, que me da bastante más reparo, hay que buscar el espacio más propicio para no rodar.

En el Km8 nos espera el avituallamiento. Hay que reconocerles el gran mérito hoy a los voluntarios, aguardando bajo el chaparrón para entregarnos una botella y además con una sonrisa y palabras de ánimo. De nuevo, nos toca subir.


La lluvia no está dispuesta a abandonarnos. Trechos intransitables de constante patinar, vamos zigzagueando de una lado a otro tratando de encontrar un lugar adecuado para avanzar.

En el Km10 la zona de bosque, con árboles muy juntos, nos resguarda del agua y de ahí pasamos a carriles estrechos muy embarrados por los que corremos en hilera, tratando de seguir los pasos de los que llevamos delante para copiar su itinerario. Pienso, erróneamente, que los Kms12 y 13 han sido los dos peores y aparece el Km14 del Zoo, cuesta abajo y con barro muy resbaladizo y pegajoso, por el que prácticamente la mayoría caminamos. Jugamos a mantenernos en pie, moviéndonos a cámara lenta, el tramo más pesado de superar de toda la carrera.

Por fin, volvemos al asfalto, sobre el Km15, al Paseo de los Plátanos que nos devolverá al Paseo de María Teresa. Aumento el ritmo y voy adelantando compañeros. Tengo muchas ganas de terminar. Aquí los árboles están más separados y no nos protegen apenas, me molesta el agua golpeando mi cara, resbalándome por los ojos. El final tenía que ser a lo grande, me faltan escasos 200 metros para concluir la carrera y se inicia un aguacero increíble. Me sorprende mucho ver a varias chicas con paraguas animando en meta y más aún, a José Ignacio Fernández, con su mejor sonrisa, al otro lado del arco, aplaudiéndonos a los que lo cruzamos.


Ha sido una carrera muy diferente, no me ha desagradado, al contrario, he disfrutado y al terminar me siento contenta. A partir de hoy sé que si quiero correr sobre barro, saltar charcos… puedo hacerlo al lado de casa, en la tapia de la Casa de Campo, a la que todavía no conocía de esta forma.

Saludos, abrazos, besos,


María Caballero

@MCG66Madrid






sábado, 7 de mayo de 2016

No es tan solo por un trozo de metal - Maratón de Madrid 2016


Madrid, 24 de abril de 2016 – 9:05 horas

No quería correr el maratón de Madrid, al menos no tan pronto, deseaba que transcurriese más tiempo desde el del 2014 y el siguiente en esta ciudad. No soy como otros maratonianos que, edición tras edición, se colocan en la misma línea de salida para luchar un recorrido similar. Sin ser supersticiosa, en este terreno sí lo soy y me entra un desasosiego complicado de quitarme. Prefiero variar, incluso con el inconveniente que supone una ciudad extraña, de calles que no me dicen mucho. No me gusta hacer una y otra vez el mismo maratón, recordar el punto en el que me dio el calambre, aquél en el las fuerzas iban muy justas, ese otro en el que los dolores me hicieron dudar si alcanzaría la meta… prefiero dejar que el tiempo emborrone los recuerdos.


Bolsa del corredor

Avituallamiento final de carrera

El responsable de que hoy me cuelgue este dorsal es Chema Ocaña y su Comunidad del Anillo, por su propuesta de acompañarle en su debut en esta distancia. Finalmente, los planes no resultaron como deseábamos y, nuevamente, como es costumbre, lo corro sola.

El Parque del Retiro a las 7:30 horas de la mañana es un hervidero de corredores. A lo largo del Paseo de Fernán Núñez no paro de encontrarme con gente conocida, tanto con los que se dirigen al exterior del parque, al Paseo del Prado, como con los que, como yo, van hacia el ropero. Es el mejor momento para pasar por el baño, las colas son aceptables. El ropero va rápido, al llevar la mochila dentro de la bolsa reglamentaria con la etiqueta pegada con el número de dorsal, la entrega se agiliza bastante.



Foto de José María Facila

A continuación, la idea es ir al Palacio de Cibeles para la foto de recuerdo con el resto de compañeros y con la gente que, a lo largo de la mañana, estará animando por las calles. Al pasar por los cajones, y verlos tan vacíos, el sentimentalismo de la foto se enfrenta a la realidad de conseguir un buen lugar en mi cajón, que supondrá situarme delante de muchos corredores. Tras dudar varios minutos, decido entrar, calentar y relajarme aguardando la hora de empezar.

Al principio la paz reina. Algunos deben verme cara de saber de lo que va aquello y me preguntan por el recorrido, si es tan duro como parece sobre el papel; otros, que harán la media, si se enterarán o verán claramente el desvío a tomar… y así me olvido del mordisco en el estómago que me acompaña desde que me levanté. Y llega el bullicio. Múltiples voces, que se confunden con lo que nos trata de contar el speaker, el remolino de pensamientos que llevo en la cabeza a ratos me impide escuchar nada. Lo único que se me queda grabado es que protección civil recomienda hidratarnos a conciencia, la temperatura a partir de las cuatro horas en carrera, será alta.

Por fin anuncian la salida, despegamos andando, durante metros y metros, hasta que no piso la cinta no inicio un ligero trote, no merece la pena malgastar fuerzas en adelantos, ya habrá tiempo de correr.

Del Km1 al 10. Calentando.

No volveré a cometer el error de comenzar demasiado fuerte los primeros kilómetros, ¿cuántas veces me habré repetido esto durante los entrenamientos? Y ahora en el Paseo de Recoletos, en cuanto logro espacio en el asfalto, descubro que voy acelerada. Trato de acomodar el ritmo, de mantenerme en los seis minutos/km por el momento. La gente va lanzada, nerviosa, gastando energías en zigzaguear  de un lado a otro. Antes del Km2 me saluda Carlos Garrido Gutiérrez, en este instante nos desvirtualizamos. Poco después sucede igual con Vizcacha y Lisbeth Schou, tras unas breves frases les veo avanzar entre los colores y los pierdo. Sobre el Km3, está David Villarino, en la acera, aguardando a alguien.

Hallamos un montón de gente animando en la primera parte. En esta carrera, mi buena memoria no es suficiente para recordaros y situaros a cada uno por las calles, hacía años que no veía algo igual.

Los primeros kilómetros no los defino ni más sencillos ni más cómodos, simplemente vamos descansados y bromeamos con quienes coincidimos y de momento todo nos parece posible, eso sí, en Madrid, son de subida. Además, es un tramo conocido, que hemos recorrido en múltiples carreras, el Paseo de la Castellana, amenizado a la derecha con los corredores de los 10K que corren hacia su meta.

Pronto llegamos al Km5, el primer avituallamiento, con la carretera regada de tapones. En las primeras mesas no hay agua. Avanzo, dejo pasar hasta tres mesas porque los corredores están apiñados frente a ellas, con los voluntarios abriendo los plásticos y sacando botellas lo más rápido que pueden, que para nosotros no es suficiente, me veo obligada a quedarme parada hasta que, finalmente, me entregan una botella. Por suerte, va con el tapón. Trato de huir lo más rápido posible, prestando mucha atención a lo que está tirado por el asfalto, ya beberé más adelante. Los avituallamientos son todos así. Nos toca aguardar. Parar. Desesperarnos. Hasta que nos largamos con el líquido.

Es en el Km6 cuando me decido a abrir la botella, corremos muy pegados, constantemente alguien que se acerca en exceso me hace tropezar con su pie. Continuos empujones. Gente que a gritos pide paso. No logro tragar ni un sorbo, cuando un golpe en el codo hace que me tire la totalidad del agua por encima, la peor malparada es la malla, queda completamente empapada y yo, prácticamente sin líquido.

Cuanto más nos acercamos a las Torres Kio más público animando. A partir del Km7, en bajada, al tomar Bravo Murillo, sigue sucediendo igual, estos primeros diez kilómetros se corren sin pensar, transcurren saludando, recibiendo ánimos y sonriendo a la gente, conocida y desconocida. No hay que dejarse atrapar por el ritmo de los que corren la media, a partir de este punto se nota el acelerón que pegan.

De momento el escenario en el que me he movido no me ha permitido pensar demasiado, lo que es bueno, ahora llevo muy relajada la cabeza. El cuerpo también continúa genial.

Del Km11 al 20.  Hagamos bien las cosas.

Al enfilar Raimundo Fernández Villaverde se agradece el tramo en descenso, vamos relajados y eso nos permite seguir saludando a conocidos, como a Jaime Collado y Jaime Quiroga sobre el puente.



Hace un kilómetro que debía haber tomado mi primer gel, no me he atrevido a bajar la guardia y dejar de prestar atención a la aglomeración de alrededor. Aguardaré un poco más. Tanto Francisco Silvela como Serrano se suceden sin problema, 13 kilómetros menos que quedan para el final. Y alcanzamos la separación de la media y el maratón, en el Km13,5, a la fiesta de los corredores despidiéndonos unos de otros se mezcla la que tienen montada los Drinkingrunners, bastante antes de lograr verlos ya escucho las voces de Pablo Carmenado y Alberto Barrantes por el megáfono. Toca chocar manitas con los que están dispuestos en fila, Jorge Depe, María Matilla, Chema Ocaña y demás compañeros a los que agradezco la dosis de energía que nos metéis en el cuerpo para un largo trecho.

Adiós a Almagro y tras superar el Km15 toca Santa Engracia una de las zonas que no me gusta demasiado, se me hace larga y logra ponerme nerviosa, por el deseo de dejarla atrás. Los voluntarios de Madridpatina comienzan a tener constante trabajo con el Reflex. Quienes portan la vaselina apenas son reclamados por algún corredor. Es el momento de agarrar la bolsa de pasas y entretenerme un rato masticando.

Me sitúo en el Km18 sin ninguna complicación, deseando atravesar Gran Vía, con su clamor de público, una zona habitualmente concurrida a diario, hoy lo está aún más.

El calor pesa. El sol molesta. En cuanto diviso Preciados, el corazón se me acelera, siempre es así, inevitable, era el lugar en el que año tras año aguardaba a mi hermano en sus maratones. Gritan mi nombre a la izquierda, gracias Paloma Rodrigo por la foto. 



Disfrutamos. Corremos. Hay corredores muy serios, no levantan la vista del suelo ni un solo segundo. La felicidad existe, para mí es este tramo desde Gran Vía hasta la entrada a la Casa de Campo, estaría recorriéndolo repetidamente hasta agotarme. Entre cientos de caras desconocidas, distingo la de Javi Pintos, con su camisa blanca impecable, metros antes de la Puerta del Sol. A partir de aquí temo no ver a Pedro, o que él no me descubra a mí y permanezca aguardando. Acordamos el encuentro en la calle Mayor, pensando que estaría más despajada y es casi como Navidad, cuando se espera a los Reyes Magos. Afortunadamente coincidimos, me relajo hasta nuestro siguiente punto. 




Algo más adelante, nuevamente instalados Jaime Collado y Jaime Quiroga.

No sé si debido a la alegría que llevo dentro o a que empiezo a bajar la guardia, si no es por un chico que me agarra del brazo allí termino la mañana, antes de ver Bailén. Tropiezo en un gran socavón de la carretera y casi caigo de cabeza.

La idea era, ritmo constante y no forzar antes de la media.

Del Km21 al 30. Objetivo: salir entera de la Casa de Campo.

Las emociones del momento no han desaparecido.  La grandeza de la Almudena y el Palacio Real contrasta con el tamaño de los corredores. Veo grupos de gente cantando, con panderetas, pompones…, a Agustín Rubio, como todos los años, y sus Tigers y, cómo no, al jefe gacela, Román, también habitual de este rincón.


Foto de Román, Gacela de Vallecas

En la calle Ferraz superamos el Km21 con fortuna. Y nuevo avituallamiento al que se une el plátano, a los tapones y vasos, ahora añadimos la colección de cáscaras sobre el asfalto. Hay que correr como por un campo minado, sin dejar de mirar dónde colocamos los pies.

Conviene ir centrando la cabeza en la parte final. Principalmente para los kilómetros en los que la animación disminuye bruscamente y el cansancio puede hacer mella en nosotros. Somos muchos más los que competimos solos que los que marchan agrupados. Me da por observar las caras de los corredores y la concentración o el retraimiento es lo que destaca en la mayoría de ellas.

Del Paseo de Ruperto Chapí a la larga Avda. de Valladolid. En el Km24 decido tomar un gel, lo abro, y me distraigo con una chica que lucha para que su perro deje de ladrar, al animal no le gusta tanta gente moviéndose frente a su hocico, la humedad que recorre mi mano me devuelve a lo mío. La mitad del gel corre entre mis dedos, me veo obligada a malgastar casi toda el agua en limpiarme la mano. En Príncipe Pío reaparece el público, nos aplauden, agitan banderitas… es inevitable creerse importante, los críos incesantemente asienten con la cabeza y sonríen al mirarnos.

En el Km26 llega el siguiente avituallamiento. Alargo la mano, instintivamente, y en lugar de una botella me plantan dos geles, también pegajosos, ahora llevo ambas manos en condiciones lamentables. Unos metros más adelante recojo el agua que sé que voy a malgastar, por lo que decido tomarme un vaso de Powerade y de cabeza a la Casa de Campo.

No tiene que ver esta parte ahora con la que hubo hasta 2013. Personalmente me relaja, me permite establecer un esquema de la situación y meditar cómo afrontar los últimos kilómetros. Además, tantas tardes metida aquí entrenando, sola, deben servir para algo. Junto al camino, corredores estirando, sentados en el suelo retorcidos de dolor, caminando cojeando… no es alarmante, aunque ellos no piensen igual, en el maratón hasta la más leve rozadura ya es una gran contrariedad y estas paradas por el Km27 y 28 pasan factura. Me alegro mucho de ver a Susana Izquierdo, siempre me grita con tanto entusiasmo “vas genial María” que me lo creo totalmente.


Foto de José Carlos Juárez

Según me acerco al metro de Lago nuevo acelerón del corazón. Aquí sí que necesito ver a Pedro, regarme prácticamente con el Reflex, los gemelos llevan rato dándome ligeros pinchazos y la cintilla izquierda ya es una parte que no dejo de tener en cuenta ni un instante. Se le ve bien. Está situado alejado del tumulto pegado a la estación. ¡Qué casualidad que también se hayan situado allí Rafa Gómez Cambronero y Jose Escudero! El próximo encuentro será en el Retiro, él tiene muy claro que llegaré, yo… creo que también lo siento así. Queda lo más intenso. Del Paseo de la Puerta del Ángel, a la Avenida de Portugal, con su pronunciada bajada, a la gloria, o al infierno, depende.

He logrado completar los 30 kilómetros en menos de tres horas.

Del Km31 al 40. El momento de la verdad.

La sucesión de paseos que nos aguardan no lo son en absoluto en estos momentos para nosotros, de la Ermita del Santo a la Virgen del Puerto. Las piernas van cargadas, el cansancio se nota, este tramo no es bonito precisamente. A partir del Km33 subimos, cada zancada hay que medirla bien, ir pendientes de no tropezar con los compañeros que se paran en seco, de los peatones que se ponen nerviosos y cruzan por el medio, obligándonos a frenar.

Kilómetros en los que pienso poco sobre lo que sucede en ese instante, quiero llegar a Atocha, la antesala del sueño, inevitable replantearse el sufrimiento que supone correr un maratón, si ahora tuviese que tomar una decisión sería la de no correr nunca más otro, así de claro lo tengo, así de tontos son los pensamientos que me asaltan cuando las fuerzas merman.

El en Km35 decido tomar el último gel. Los voluntarios no paran de gritarnos que lo hemos logrado, que el final está muy cerca, sí, o lejos, las diversas visiones varían según la situación de cada uno. Reconozco que no he llegado tan genial en ningún otro maratón como hoy, según lo pienso, me recorre un escalofrío por la espalda, aquí no hay nada ganado hasta acabar por completo.

Mi ritmo ha caído, la zancada es más corta, no dejo de avanzar. Muchos corredores andan, otros se rinden en este punto, los brazos abatidos y la mirada baja hacen pensar en la derrota. No hay que dejarse arrastrar, solo seguir… continuar… paso… paso…

Veo el cartel del Km36, el conocido Paseo de las Acacias, innumerables las veces que he transitado por aquí. En cuanto supere la Glorieta de Embajadores de nuevo llegará el tumulto y la animación. Sentir a la gente renueva las fuerzas, quedan pocas, pero las hay. La anhelada Atocha y a proseguir con la subida, manteniendo la distancia de seguridad para evitar chocar con quienes se clavan sobre el asfalto. Alrededor gente llorando, andando, para algunos no está todo perdido. Es el momento de ¿y si me pasa lo mismo? No, hoy no es el día, quizás otro… esta mañana he salido a ganar, sé que en cuanto traspase la barrera de animación de los DrinkingRunners en el Km39 iniciaré un leve paladeo de disfrute, tímido, cauto, no conviene despreciar ni los ciento noventa y cinco metros, nunca se sabe, solo se termina del otro lado del arco.


Foto de @Edutri3

Efectivamente, ese punto es un gran empuje. Primero veo a María Matilla, le estrecho fuerte la mano. A continuación todos los demás Drinking. Maite Rodríguez, pizarra en mano, se lanza a correr a mi lado, me grita, me pregunta cosas… llevo la emoción clavada en la garganta, complicado hablar en estos momentos. Solo puedo darle las gracias, repetidamente. Mientras me despido, aparece Pablo Carmenado, sé que está contando algo por el megáfono al resto de la gente, no logro atrapar las palabras, se interesa por mí y me grita “vas genial, vas muy fuerte”. En parte tiene toda la razón, llego mejor que en otras ocasiones al Km40, Goya y Velázquez me renuevan los ánimos.


Foto de Maite Rodríguez
Foto de Drinkingrunners

Del Km41 a Meta. Los sueños se cumplen.

El tramo final es una película a cámara muy rápida, aunque el ritmo no lo sea. Las imágenes se suceden encadenadas sin darnos tiempo a asimilarlas. Por Príncipe de Vergara en el Km41, no puedo decir que me entere perfectamente de lo que sucede alrededor. Corro en automático, con la visión de la meta clavada en la mente. En un giro leve de cabeza descubro en la acera a Raimundo Zárate y Belén Delgado, los recuerdos de mi primer maratón pasan rápido en segundos. Retomo la concentración, tanto, que casi choco con Christian Camacho cuando se coloca delante para fotografiarme.


Foto de Christian Camacho

No quiero mirar a nadie más. Deseo entrar en el Retiro. Esa valla y el contacto con el Paseo de Fernán Núñez me inundan de fuerza. Podría tratar de igualar la marca anterior de Madrid, podría centrar la mirada en el crono y correr… correr, no es éste mi deseo, en absoluto. Muy al contrario demoro la marcha, disfruto del momento, saboreo la dicha que siento. Busco a Pedro entre la multitud del lado izquierdo. 



Logro distinguir a Fco. Javier Domínguez, que afirma con la cabeza y me sonríe. Y por fin, el rostro de Pedro, le grito con todas mis ganas “lo he logrado”, y salto, moderadamente, no vaya a fastidiarlo ahora. Cruzo la meta sin poder dejar de sonreír, completamente llena de energía interior, que contrasta con el gran cansancio que se ha apoderado de mi cuerpo. Recojo la medalla y al sentir su tacto sé que volveré a hacerlo, este maratón no será el último.






Me siento satisfecha, de lo logrado, de lo aprendido, de lo vivido, de todo lo que se puede compartir en unas cuantas horas.


Foto de Vizcacha

Fotos de José Luis Basalo





Saludos, abrazos, besos,


María Caballero
@MCG66Madrid




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